
Me apetece publicar aqui un texto que escribí para la revista Esquire de este mes.
Digresión absurda antes del estreno
Hace una semana recibí un mail de Daniel Entrialgo que me pedía, para esta revista que tienes entre manos, exactamente esto: “escríbeme un texto de 3.300 caracteres con espacio sobre las cosas que no te gusta ver en el cine, lo que no soportas, los actores que nunca te has creído, los finales que jamás te han convencido, los chistes que nunca te han hecho gracia”. Y claro, la situación es crítica. No me gusta hablar mal del trabajo de otros. No me gusta leer que un profesional, alguien que se dedica a esto del cine, critica a sus compañeros. Me sienta fatal. Los que hablan mal de la gente son los críticos, para eso les pagan. Dedican todo su esfuerzo e inteligencia en poner a parir a los que les rodean, y hablar maravillas de los muertos o de los que viven en un país lejano. Hacen bien. Es su curro. Algunos incluso son buenos, te destruyen con gracia, te aniquilan con estilo. Es como la tortura medieval. Si te arrancan las pelotas con un alicate, confiesas que tu madre es nazi, y tu padre, primo de Goebbels. Sin embargo, prefiero el estilo sutil de la gota cayendo sobre la frente, un pequeño golpe de agua que erosiona tu cerebro de manera imperceptible, pero constante, hasta que pierdes la razón y tú mismo te declaras culpable, arrastrando a toda tu familia contigo. Es curioso, porque por estas fechas me voy a someter a este proceso de tortura con mi nueva película. No es una comedia, no es un thriller, es algo más. ¿Funcionará? Cada vez resulta más arriesgado estrenar, cada vez más difícil sobrevivir. Uno vale lo que vale su último trabajo. Sin embargo, aquí estoy otra vez, ofreciendo mis genitales con alegría. ¿Por qué? ¿Porque soy masoquista? Al margen de que eso pueda ser cierto, la razón fundamental es otra: he rodado una película, he disfrutado y he sufrido haciéndola. El hecho mismo de pensarla, rodarla y montarla es el objetivo. El círculo se ha cerrado y no incluye nada más. Muchas veces lo he comparado con el sexo, en un intento de mostrar gráficamente mis sentimientos con respecto al cine. ¿Hay alguien que después de follar, quiere que le aplaudan? Hombre, siempre hay gente especial, pero a mí, con el hecho mismo de follar, me basta. Con el cine pasa lo mismo. De acuerdo, si matizamos un poquito, quizá lo que diferencia el cine del amor es que después de haber ocurrido, el acto se exhibe en enormes pantallas por todo el mundo. Esta es mi labor, como director: tengo que conseguir que los demás disfruten como yo he disfrutado, explicar lo que siento y lo que cuento con la fuerza suficiente como para que los demás se sientan en mi lugar, entiendan y sufran y acepten mis decisiones. No basta con regalar un enorme acto onanista, no es justo exigir al espectador que haga el esfuerzo de ser como tú. Mi trabajo consiste en generar un código que permita a cualquier espectador disfrutar desde mi punto de vista. A eso lo llamo generosidad. ¿Es posible ser generoso sin que el acto sexual pierda espontaneidad? ¿Se puede hacer el amor sabiendo que delante tuyo hay un cristal y cientos de narices se pegan a él para ver qué ocurre al otro lado? Ese es el meollo del asunto. Vaya por Dios. No he conseguido hablar de lo que no me gusta en el cine, ni de los actores que no me creo, pero al menos son 3.300 caracteres con espacio.